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Jiddhu Krishnamurti (1895 - 1986)

La respuesta al rezo

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Rezar, que es en el fondo una súplica, una petición, jamás puede alcanzar esa realidad que surge sin que se la solicite. Demandamos, suplicamos, rezamos únicamente cuando estamos confusos, cuando sentimos dolor, volviéndonos hacia algo o alguien. La respuesta a ese rezo es nuestra propia proyección; de un modo u otro siempre resulta satisfactorio, ya que de no serlo lo rechazaríamos. Así, cuando uno descubre el truco de aquietar la mente por medio de la repetición conserva ese hábito, pero la respuesta a esa súplica debe ser, obviamente, acorde al deseo de la persona que suplica. Por ello, rezar, suplicar, rogar, nunca puede abrirnos paso a todo aquello que no es una mera proyección de la mente. Para descubrirlo, la mente debe aquietarse por métodos distintos a la mera repetición de palabras (una especie de auto-hipnosis), por métodos que no traten de obligar a la mente a estar calmada. La calma inducida, forzada, no es calma al fin y al cabo. Es como castigar a un niño en un rincón. Aparentemente permanecerá allí, quieto, pero en su interior bullirán los pensamientos. Así, una mente aquietada a base de disciplina nunca está realmente quieta, y la serenidad autoinducida nunca podrá descubrir ese estado creativo en el cual la realidad se hace visible. .