La respuesta al rezo
Empezar aquí
Rezar, que es en el fondo una súplica, una petición, jamás puede
alcanzar esa realidad que surge sin que se la solicite. Demandamos,
suplicamos, rezamos únicamente cuando estamos confusos, cuando sentimos
dolor, volviéndonos hacia algo o alguien. La respuesta a ese rezo es
nuestra propia proyección; de un modo u otro siempre resulta
satisfactorio, ya que de no serlo lo rechazaríamos. Así, cuando uno
descubre el truco de aquietar la mente por medio de la repetición
conserva ese hábito, pero la respuesta a esa súplica debe ser,
obviamente, acorde al deseo de la persona que suplica. Por ello, rezar,
suplicar, rogar, nunca puede abrirnos paso a todo aquello que no es una
mera proyección de la mente. Para descubrirlo, la mente debe aquietarse
por métodos distintos a la mera repetición de palabras (una especie de
auto-hipnosis), por métodos que no traten de obligar a la mente a estar
calmada. La calma inducida, forzada, no es calma al fin y al cabo. Es
como castigar a un niño en un rincón. Aparentemente permanecerá allí,
quieto, pero en su interior bullirán los pensamientos. Así, una mente
aquietada a base de disciplina nunca está realmente quieta, y la
serenidad autoinducida nunca podrá descubrir ese estado creativo en el
cual la realidad se hace visible.
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